Mi experiencia
Por: David Gutierrez
En Sin categoría
mayo 20, 2009
Para mí el adorar a Dios por medio de mi voz se ha convertido en una de mis máximas expresiones de amor hacia Él, es el hecho de que canción tras canción puedo entregarle a mi Dios todo mi corazón.
Alguna vez tuve miedo de que esa simple acción de pararme frente a cientos o miles de personas pudiera, en cierto momento, distraerme de la finalidad, que es la adoración a nuestro Señor, que ese hecho tuviera un efecto negativo en mi espíritu, y por causa de eso, pensara más en mí, me concentrara más en mí, en qué ropa voy a usar, cómo me voy a mover o qué voy a decir, el promocionarme o el lucirme, en que todo se centrara en mí o que fuera de alguna manera egoísta. Pero esa conversión a Cristo, nuestro Rey y Salvador se sobrepuso a todo ese temor.
Quizá te preguntes cómo se puede llegar a tener un cambio así, cómo tener esa conversión, esa transformación total, y mi respuesta sería que no es un tema de autoayuda sino de «automuerte».
Esa conversión comienza cuando muere nuestro propio ser y nos ponemos a merced de un Dios que nos amó a pesar de nosotros mismos, y de un Jesús que se entregó a sí mismo por nosotros.
En mi corta experiencia tras estos casi 3 años de cantar con la banda, he tenido el privilegio de que Dios nos coloque en escenarios importantes, frente a cientos o miles de personas, escenarios peligrosos, donde las luces brillan, el sonido es fuerte, las cámaras capturan tu imagen, y si no tenemos cuidado, los que lideramos el servicio de adoración, podemos llegar a causar que sea ése mismo escenario en el que estamos cantando, que tenga una mayor importancia, convirtiéndonos en muchísimo más de lo que en realidad somos. Y no es que no seamos nada, nuestro Dios nos hizo a su semejanza e imagen, apenas por debajo de los mismos ángeles somos nosotros quienes fuimos hechos para gobernar y dominar su creación, pero basta con que miremos al cielo y veamos las estrellas y todas las maravillas que Dios ha hecho para que en ese mismo instante, nos demos cuenta de nuestro tamaño verdadero. En lugar de absorber esa luz que nos ilumina en esos grandes escenarios, debemos, en cada momento, reflejarla de regreso hacia Dios.
Una noche fui a cenar con mi novia (uno de esos días en los que celebramos algo en especial) y escogimos un bonito restaurante con una terraza que tiene muy buena vista al exterior. A media cena, nuestra conversación giró en torno de esa gran luna llena, que iluminaba toda la ciudad, y ambos concluimos en que tenemos en Dios, al mejor diseñador de exteriores que pueda existir en el universo completo.
Así como Dios puso a la Luna en el cielo, para que a través del Sol y de sus rayos pudiera iluminar a la noche oscura, así tenemos que ser nosotros los líderes de servicios de adoración.
Dios necesita más «Lunas», que se vean bonitas y que brillen, claro, pero que brillen y reflejen la majestuosa luz y gloria de nuestro Dios y amante Salvador Jesucristo, en el cual tenemos nuestra esperanza.»
Coke
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