sobre Junior Zapata

Por: David Gutierrez
En De todo un poco
agosto 7, 2009

Hace ya varios meses, un año casi, lei el libro de «La Generación Emergente de Junior Zapata, escritor y lí­der juvenil cristiano guatemalteco (por enunciarlo de alguna manera). El libro así­ como otras lecturas (entre ellas Dante Gebel) han influenciado definitivamente mi vida espiritual y entender nuestro comportamiento dentro de la iglesia como una subcultura q muchas veces somos. Pocos se atreven a decir lo q el dice, y de q manera!..   En ese entonces, por alguna razón, casi no habí­a videos de él (Junior) y no tení­a página.. pero ahora ya jaja..

Así­ q te comparto lo siguiente deseando q estas lecturas inspiren a ser relevante en tu medio, tus amigos, entendiendo cada vez mejor lo q significa estar fuera/con los del «mundo» q tanto amó Jesús tanto q vino a morir por ellos/nosotros.. disfruta las lecturas, inspirate y sobre todo discútelas con nuestro Dios..

Su último libro:

Agarofobia

Su primer libro:

Generación emergente

Les dejo un texto de su reciente libro (publicado en su página de internet):

“ . . . Aún así­, medio rechazado y casi exiliado, a Juan (el bautista) no se lo podí­a ignorar. Él no pasaba desapercibido. Tampoco su discurso.

Juan constituí­a una verdadera amenaza. Los lí­deres eclesiásticos se sentí­an amenazados. La comunidad que seguí­a a esos lí­deres se sentí­a amenazada. Los polí­ticos se sentí­an intimidados. El gobernante más poderoso se sintió tan amenazado, que mandó a matar a Juan. ¡Pobres! Cuando alguien se siente amenazado de ese modo es porque percibe endeble el suelo en el que se ha parado; le falta seguridad y solidez a lo que cree. Por eso Juan no era bienvenido en la comunidad eclesiástica. No porque fuera un «hereje», sino porque no encontraban «verdad» para argumentar en su contra. Fue por eso que lo mandaron a matar, porque su dedo señalaba el pecado y era capaz de iniciar una revolución en la Iglesia y en el gobierno. ¡Eso es una tormenta!

Un maestro no es problema. Un maestro no constituye un problema mientras se encuentre solo. Pero un maestro con seguidores puede resultar una verdadera amenaza, y más aún cuando dice la verdad. Juan iba en esa dirección. Ya era maestro y ya tení­a seguidores; el siguiente paso, pensaban las pobres mentes del liderazgo, era una revolución. Un maestro así­ representa una tormenta.

Lo llamo «La tormenta» porque la meteorologí­a nos dice que la ley básica de una tormenta es que continúa hasta que el desequilibrio que la provocó se equilibre. Y así­ era Juan, un tipo desequilibrado y un desestabilizador. La falta de autenticidad en la vida espiritual de las personas lo habí­a desequilibrado provocando que se gestara una tormenta que no cesó hasta que llegó aquel que estabiliza todas las cosas.

Juan tení­a corazón de revolucionario. No creas que la nobleza y la actitud gentil eran naturales en su personalidad de espiga punzante. Juan no esperaba a Jesús como cordero inocente, él aguardaba a Jesús como el lí­der de una revolución polí­tica y social. Él pensaba que su primo iba a cambiar las cosas con la espada, no con el corazón. Pero igual Juan cambió las cosas, agitó el ambiente, preparó el terreno para su primito.

Era un extraño personaje nuestro Juan. Nunca pudo ajustarse a las normas populares de un estilo de vida que trocaba la expresión personal por la adaptación a un molde sutilmente impuesto por el liderazgo polí­tico y eclesiástico de esos dí­as.
Resultaba fascinante ver a alguien hablando de Dios sin parecerse a las personas que comúnmente hablaban de Dios. Habí­a que verlo. Habí­a que oí­rlo.

Aún los que se acercaban a oí­r para luego criticarlo tení­an problemas para conciliar el sueño por la noche. Ahora la tormenta los habí­a alcanzado. Sus corazones latí­an al borde del pecho con el eco de las afiladas palabras que habí­an acusado a la conciencia de estos sepulcros blanqueados de pulidas apariencias externas y con normas de éxito, desempeño y ejecución.

Juan me recuerda a mi profeta preferido, si acaso se nos permiten preferencias. Dios enví­a a Ezequiel a dar palabra a Israel. Y le dice repetidamente que lo manda a hablarle a personas que parecen no haber entendido porque su corazón es empedernido. Y Dios, con esa forma tan peculiar que tiene de fluir a través de este profeta original y colorido, le comunica a Ezequiel que no se preocupe, que él sabe que la casa de Israel no lo va a escuchar, pero que lo manda para que sepan que hubo profeta entre ellos.

Y así­ era Juan. La gente lo escuchaba, pero tení­a que ignorarlo. De todos modos no importaba, todos sabí­an que habí­a profeta entre ellos.

Ojalá que en tu iglesia sepan que estás tú. Ojalá que tus amigos cristianos sepan que estás tú. Tal vez hagan como que no te escuchan, pero sabrán que estuviste ahí­.”

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