Bajo la Ley, bajo la Gracia
Por: danielgc
En Sin categoría
agosto 16, 2010
«Bajo la ley» es una expresión de Romanos que suena desafortunada para los que creen en la salvación por la fe y la vigencia de la ley de Dios. No es cómoda, en pocas palabras. Los hermanos de otras confesiones, que crucifican los diez mandamientos con tal de desmarcarse de la historia del Antiguo Testamento, la usan como purgante contra nosotros… y normalmente nos sacan de nuestras casillas.
Si tan sólo Pablo se hubiera limitado a usar su contraparte, «bajo la gracia», que suena bien y a la que nadie le pone objeciones. Gracia es una palabra poderosa, capaz de sacarnos del enredo del pecado en que nos metimos. Dios es tan bueno que, incluso si los nudos se aprietan, él puede añadir más gracia para liberarnos.
En cambio «bajo la ley» se encuentra junto a un «no estamos». Suena negativo, y lo es. Se supone que la ley es «santa, justa y buena», pero aquí tenemos un «no». Categórico, ¿verdad?
El reto no es sólo entender esta expresión sino que sea consistente con «bajo la gracia»; es decir, lo que sea que entendamos por «bajo la», debe poder aplicarse de la misma manera en ambos casos, para ser consistentes.
Primero veamos que «bajo la ley» aparece en Romanos 2:12 y 3:19 para designar el sistema religioso del pueblo de Dios (israelitas, después judíos) en contraste con la forma de vida de los gentiles, que no tenían la ley de Dios ni eran parte de su pueblo. Esto es claro por el contexto de ambos capítulos. En Gálatas 3:23 se sigue la misma idea sólo que ahí el contraste es entre lo pasajero y lo permanente: estábamos «bajo la ley» entre tanto venía el mesías, la simiente de Abraham (véase Gálatas 3). Cristo mismo, dice Gálatas 4:4-5, nació sujeto a ese sistema, pues nació como judío, es decir, «bajo la ley».
Algunos piensan que Pablo quiere decir que «bajo la ley» equivale a «sistema de salvación por las obras de la ley». Por lo tanto, para ser consistentes, «bajo la gracia» significaría «sistema de salvación por la gracia de Dios por medio de la fe». Esto es incorrecto, porque funciona para la segunda expresión, la de la gracia, pero no para la primera, porque, contra lo que suponen los hermanos antinómicos (que se oponen a la ley), la ley de Dios nunca fue una forma de salvación, ni siquiera en el Antiguo Testamento. En Romanos 4 Pablo demuestra que Abraham fue justificado por la fe. En el capítulo 5 y 6 declarará que la Ley tiene la función de señalar el pecado y, por tanto, revelarnos la necesidad de un salvador. En el capítulo 7 quedará aún más claro que la ley es espiritual, una verdadera bendición y que el problema no lo causa ella sino el pecado que hemos elegido y nos domina (léanse los versos 8, 11 y 13 de Romanos 7).
Lo que sí queda claro, por lo dicho unos párrafos antes, es que Dios estableció un sistema religioso de ritos, fiestas y sacrificios que anticipaba la venida del mesías y pretendía preparar a los seres humanos para recibir la salvación futura. Israel era más que una nación, más que un proyecto político; se trataba más bien de una fórmula de difusión de la propuesta divina. Estar «bajo la ley» era aceptar ese sistema no para salvarse sino para conocer la justicia de Dios (Romanos 3:21). Aceptar vivir sujeto a esa economía o gobierno era en realidad vivir en una continua anticipación del verdadero Cordero de Dios, porque, como explica el libro de Hebreos (10:1), los sacrificios de animales no pueden hacer justo al hombre y las ofrendas no le añaden mérito.
Si Dios sabía que el sistema antiguo no lograría sacarnos del pozo de perdición ¿por qué Dios lo establece, incluso sabiendo que sería pasajero y resultaba imperfecto? Como ya dijimos, para mostrar su justicia a un mundo en oscuridad (léase Romanos 3:10 en adelante para captar la perversidad reinante y cómo, en ese contexto, la ley y los profetas «testificaban» de la justicia), mientras llegaba Cristo, pues el mundo no estaba listo para comprender los alcances de la salvación. Por eso Jesús vino al cumplimiento del tiempo (Gálatas 4:4), ni antes ni después.
Ahora bien, Jesús no vino a anular la ley, como si ésta hubiera hecho algo malo o fuera defectuosa (Mateo 5:17). Vino a realizar su ministerio a partir del punto al que la ley había llegado. Ésta había hecho lo más posible según su naturaleza: revelar la justicia de Dios y señalar el pecado. Ahora llega Jesús y anuncia el reino esperado y la salvación efectiva por su sacrificio. Hebreos describe ese cambio del sistema de sacerdotes humanos y sacrificios de animales al sacerdocio y sacrificio de Cristo, perfecto y permanente. Finalmente estamos «bajo la gracia», es decir, en el nuevo sistema, gobierno o economía religioso en el que se muestra a plenitud el camino de la justicia.
En Gálatas, Pablo reprende a los que quieren judaizarse y, de esa manera, volver a quedar «bajo la ley», porque ese sistema es imperfecto, incapaz de llevar hasta su conclusión la redención planeada por Dios. Y quizás lo malo no es tanto su temporalidad e imperfección sino que los gálatas lo hacían tratando de añadir mérito a la salvación. Esto nos recuerda que intentar salvarse por obras es tan inútil para los que están «bajo la ley» como para los que están «bajo la gracia».
En conclusión, estar «bajo la ley» es regirse por el pacto antiguo; estar «bajo la gracia» es aceptar el nuevo pacto en Cristo. Ni uno ni otro son sistemas para que nos salvemos por nuestros esfuerzos. Uno es simplemente la continuación del otro. En ambos la ley nos declara pecadores y en ambos se demanda un sacrificio como expiación. En ambos la ley revela la justicia de Dios pues su naturaleza es espiritual.
Cuando Pablo dice que ya no estamos «bajo la ley» lo dice en sentido positivo: hemos avanzado, somos testigos del cumplimiento de la promesa. Si era bueno estar «bajo la ley», es doblemente bueno estar «bajo la gracia».
Quizás como postre habría que paladear el mayor y mejor canto entonado a la ley como revelación de la maravillosa justicia del Padre celestial; me refiero al Salmo 119.
Alberto Moncada
A pie con Dios